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Histórico estudio psicológico: ¿es capaz una persona de cometer un asesinato sin motivo aparente?

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El experimento de Milgram consistió en una serie de pruebas en psicología social, cuyos resultados sugieren que los humanos son crueles por naturaleza.
Histórico estudio psicológico: ¿es capaz una persona de cometer un asesinato sin motivo aparente?

El experimento de Milgram, conducido por el psicólogo estadounidense Stanley Milgram entre 1961 y 1962, es un estudio histórico en psicología social que exploró hasta qué punto los individuos seguirían las órdenes de una figura de autoridad, incluso hasta el punto de infligir dolor a otros.

¿Cómo surgió la idea?

Milgram es ampliamente reconocido como uno de los psicólogos sociales experimentales más innovadores y creativos en la historia de la disciplina. Proveniente de una familia judía, el experto quedó fascinado por la defensa del oficial nazi y teniente coronel de las SS, Adolf Eichmann, quien afirmaba no ser un actor responsable de los crímenes contra la humanidad durante la Segunda Guerra Mundial.

La defensa de Eichmann insistió en que solo seguía órdenes. Estos pronunciamientos despertaron en el investigador una gran incertidumbre: ¿podría una persona común ser llevada a cometer un asesinato por orden?

En sus estimaciones iniciales, el psicólogo preveía que los estadounidenses, conocidos por su individualismo, se diferenciarían de los alemanes en su disposición a obedecer a la autoridad cuando esto podría perjudicar directamente a otras personas.

El ingenioso experimento

Siendo profesor asistente de la Universidad de Yale, Milgram comenzó a reclutar voluntarios de New Haven (Connecticut, EE.UU.) en 1961 para participar en un estudio que, según él, se centraría en la memoria y el aprendizaje.

En el experimento, el sujeto de la investigación creía estar participando en una prueba de memoria con el rol de 'instructor' y se encontraba en una habitación junto a una figura autoritaria que fingía ser 'supervisor'.

Bajo las órdenes del supuesto especialista, el individuo estudiado debía administrar descargas eléctricas a un tercero, que ocupaba un cuarto separado y tenía el papel de 'aprendiz' si no respondía correctamente a ciertas preguntas. Con cada etapa el voltaje aumentaba. Previo al experimento, el instructor y el aprendiz eran presentados entre sí.

Las primeras pruebas de Milgram se realizaron únicamente con hombres. Tanto el supervisor como el aprendiz eran actores entrenados. A los voluntarios se les pagó 4,50 dólares al inicio del estudio, su edad oscilaba entre 20 y 50 años y provenían de diversos ámbitos laborales. Al ofrecerse, se les informó que el experimento pondría a prueba el efecto del castigo en la capacidad de aprendizaje.

Los tres últimos interruptores del panel de control de descargas eléctricas estaban marcados con señales de advertencia de alto voltaje. A medida que avanzaba el ensayo, se reproducían grabaciones de audio con gritos de angustia y desesperación desde la habitación contigua. El aprendiz también golpeaba la pared, suplicaba que lo liberaran y recitaba frases preparadas sobre un supuesto problema cardíaco. Tras la séptima descarga, dejaba de emitir sonidos, fingiendo estar inconsciente.

No obstante, el supervisor ordenaba al voluntario a seguir aplicando descargas, hasta llegar al interruptor final, que tenía etiquetas de '450 voltios' y 'XXX', esta última haciendo alusión al potencial de muerte.

Cifras desconcertantes

Al finalizar cada experimento, se les mostraba a los voluntarios que el tercero no había sufrido ningún daño y no se les insinuaba, de ninguna manera, que su comportamiento era vergonzoso o inusual.

En la primera serie, el 65 % de los cuarenta sujetos continuó las descargas hasta la última instancia, con señales evidentes de peligro para la vida. Ninguno de los participantes insistió en detenerse antes de la etapa de 300 voltios.

Milgram realizó diecinueve variaciones de los experimentos. En la décima, cuando tuvieron lugar en un modesto edificio de oficinas en Bridgeport, Connecticut, el porcentaje de participantes que continuaron hasta la descarga más alta disminuyó al 47,5 %. En el octavo experimento, descubrió que la participación de mujeres no alteraba significativamente el resultado. Asimismo, cuando aumentaba la proximidad física entre instructor y aprendiz, la obediencia disminuía significativamente. 

Controversias

El trabajo de Milgram suscitó inquietudes éticas, en particular por la falta de consentimiento informado y el estrés psicológico al que se sometió a los participantes. Los críticos argumentaron que el diseño experimental exponía a los individuos a situaciones sumamente incómodas sin las debidas garantías. A pesar de ello, muchos participantes expresaron posteriormente su gratitud por la experiencia, alegando haber adquirido una mayor conciencia sobre las cuestiones éticas relacionadas con la obediencia.

La controversia del experimento condujo a cambios significativos en las prácticas de investigación, incluyendo el establecimiento de directrices que exigen el consentimiento informado y la aprobación del Comité de Ética de la Investigación (CEI, órgano interdisciplinario presente en diversos tipos de instituciones) para los estudios psicológicos.

Intentos posteriores de replicar el experimento de Milgram, como el realizado en 2006, arrojaron resultados similares, lo que indica que la inclinación a obedecer a la autoridad sigue siendo un aspecto fundamental del comportamiento humano.

Décadas después de la investigación, la psicóloga australiana Gina Perry entrevistó a participantes del estudio. "La idea de renunciar nunca se me pasó por la cabeza […]. Era como estar en una situación inesperada, sin poder pensar con claridad", declaró Bill Menold a Perry en un documental para la radio de Australia.

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